lunes, 16 de noviembre de 2009

Mamá, cuéntame un cuento


Vale, te voy a contar el cuento de caperucita blanca.

Ese cuento me lo sé y no es así, es caperucita roja.

No puedes saber si conoces un cuento hasta que no llega el final. ¿quieres saber como comienza?

Érase una vez una niña preciosa a la que todo el mundo conocía como caperucita blanca. Su mamá desde el momento en que nació le colocó una caperucita en la cabeza para disimular las enormes orejas con las que había nacido, pero ese era un secreto que ni la misma caperucita conocía puesto que desde bien pequeña le dijeron: “nunca debes quitarte esta caperucita ya que es lo que te da la belleza que posees”, y ella, como era muy obediente, así lo hizo.

La realidad era bien distinta, caperucita poseía una belleza innata que deslumbraba por sí misma y sus ojos eran los más hermosos de la comarca. Por miedo a que se hiciera presumida y se pudiera quitar el gorro siempre le ocultaron esto y le decían que lo importante no eran sus ojos, ni su piel suave y sonrosada, sino que lo que la hacía especial era el tocado que le puso su mamá.

La caperucita era de color blanco, ya que se trataba de potenciar su candor e inocencia, así que tenía que tener mucho cuidado de no mancharla. Caperucita creció pensando que era su único atributo, y mientras otras niñas jugaban en la tierra, hacían volteretas y correteaban por el pueblo ella permanecía en su casa leyendo, ayudando a sus padres y tratando de ser mejor día tras día.

Lo que tampoco nadie sabía es que caperucita poseía otros dones. Sus ojos no eran sólo bellos sino que podía ver más allá de lo que cualquier ojo humano alcanza. Su olfato era tan fino que sabía quién iba a llamar a la puerta antes de que llegara si quiera al porche. Su oído era capaz de escuchar más allá de los límites conocidos.

Y lo más extraño era lo que pasaba en las noches de luna llena, pero no voy a adelantar acontecimientos.

En ocasiones, con excusa de ir a comprar, caperucita blanca se alejaba de su casa y se adentraba en el bosque. ¡Era tan emocionante! Solía descalzarse y caminar por el riachuelo, le gustaba sentir a los peces acariciando sus pies y luego tumbarse sobre la hierba para secarse al sol. El perfume de las flores y los frutos componía la más fabulosa armonía aromática que ella jamás hubiera experimentado. Si se concentraba un poquito podía escuchar cómo las hormigas construían sus hormigueros o los pájaros emitían diversos sonidos para llamar a sus crías, o avisar de peligros, escuchaba la berrea de los ciervos, el graznido del cuervo,...

Cuando volvía a casa nunca contaba lo que había hecho porque sabía que no les iba a parecer bien, una niña tan buena no debería andar sola por el bosque.

Un buen día la abuela de caperucita enfermó y su mamá tenía tantas cosas que preparar que le pidió a caperucita que la fuera a visitar y le hiciera compañía. Eso sí, muy seria le advirtió que fuera por el sendero y no se adentrara en el bosque. Que no se entretuviera por el camino ya que había muchos peligros a su alrededor, especialmente el lobo, que se acerca a las niñas buenas y se las come de un bocado para jamás regresar a sus casas.

Caperucita, feliz por salir de casa, agradeció el encargo y prometió hacer todo lo que le había dicho su madre. Pero en cuanto llegó a los lindes del bosque el deseo pudo más que su promesa y entró en él. Otro día más se transformó su alma y se sintió una más en armonía con la naturaleza. Así se fue a casa de la abuelita por el atajo del bosque.

Cuando estaba a punto de llegar vio al lobo. Él estaba allí, no hacía nada especial. De repente el lobo se paró, la miró a los ojos y se quedaron así los dos, mirándose, durante un largo rato. Un sonido de escopeta alertó al lobo de que el cazador andaba cerca y desapareció.

Caperucita quedó consternada, era tan bello el lobo, tan salvaje y cercano a la vez. Salió del bosque, fue a ver a la abuela y regresó por el camino pero no contó nada a nadie. Aquella noche, noche de luna llena, caperucita sintió enormes deseos de aullar, como tantas y tantas noches de luna llena.

Al día siguiente y los restantes caperucita pidió permiso a su mamá para ir a visitar a su abuelita y de esa manera poder adentrarse de nuevo en la espesura. A partir de ahora ya no era tanto el aroma o los sonidos del bosque lo que la llamaba a ir sino el poder ver una vez más al lobo. Día tras día se encontraban pero ninguno decía nada, poco a poco acortaron las distancias hasta que finalmente caperucita alargó el envés de su mano hacia el lobo y él la olfateó y la lamió. Allí comenzó su amistad, jugaban, corrían, saltaban, nadaban en el lago, se revolcaban por la tierra.

La madre de caperucita a pesar de estar muy ocupada haciendo la comida y lavando la ropa se dio cuenta de que caperucita había cambiado. Era más callada, apenas decía nada, pero tenía una sonrisa descuidada y la mirada perdida. Lo más preocupante era que su caperucita ya no llegaba impoluta cada noche sino que se tenía manchas de tierra y verdín. Decidió que tenía que averiguar qué pasaba.

Como cada día, a la mañana siguiente caperucita le pidió ir a ver a la abuelita y su madre accedió, pero al poco de salir la siguió. A caperucita le extrañó sentir a su mamá muy cerca pero pensó que su olor se habría impregnado en la cesta que le había preparado para la abuela y no se preocupó. Llegada a un punto miró alrededor para ver que nadie la seguía y se adentró de nuevo en el bosque. La madre de caperucita no podía creer lo que veía, su hija le había desobedecido.

La siguió hasta que vio cómo se detenía en un pequeño claro del bosque y a los pocos minutos apareció por allí el lobo. La impresión fue tal que se desmayó y cuando recuperó el conocimiento allí ya no había nadie. Corriendo fue en busca de ayuda, pensó que su hija había sido devorada por aquel terrible lobo. Lo describió con una minuciosidad increíble para apenas haberlo visto, sus enormes fauces, los colmillos como cuchillos, las zarpas afiladas, a punto de abalanzarse sobre su niñita cuando ella perdió el conocimiento. Rápidamente todo el pueblo se puso en alerta y decidieron hacer una batida. Se armaron de palos, piedras, cuchillos y escopetas y juraron venganza mientras se adentraban en el bosque.

Mientras tanto caperucita ya estaba en casa de su abuela ajena a todo esto. Pero esta vez los ojos de caperucita mostraban tal tristeza que su abuela le preguntó “¿Qué te pasa caperucita?”, al principio dudó si contarlo o no pero la cara de preocupación y el saber que su abuela siempre la había comprendido la animo a hacerlo.

“Abuela, he conocido al lobo”, la abuela bajó la mirada y se mordió los labios. “Abuelita, no es malo, me hace sentir bien, me río mucho, jugamos y descansamos, es como si nos conociéramos desde pequeños”. La abuela la miró tristemente pero la dejó continuar. “No sé qué me pasa pero aunque sé que no debería entrar en el bosque siempre me ha atraído, aunque sé que no debería ensuciar mi caperuza me tumbo en la hierba, doy volteretas, nado en el río y sólo cuando vuelvo a casa es cuando me siento mal porque mamá se pondrá muy triste cuando me vea llegar así”.

La abuela pensativa le dijo “Suponía que tarde o temprano tendría que llegar este momento”. Caperucita le miró con extrañeza. “Cada uno de nosotros nacemos siendo dos a la vez, tenemos un lado humano, racional y un lado salvaje, instintivo. Al principio de los tiempos los hombres eran capaces de saber qué animal se había unido su alma junto a la suya para darle esas cualidades. Existían rituales en los cuales el alma salía del cuerpo y viajaba hasta encontrar a su pareja que podía ser un ciervo, un oso, un pájaro… La experiencia de los chamanes hacía que desde pequeño se potenciaran las cualidades que podían surgir de esta extraña unión. Pero con el tiempo, el raciocinio y la lógica, todo esto se fue olvidando y llegó a estar penado con una muerte horrible. A pesar de todo y de todos, nuestro alma se sigue uniendo a la de un animal, queramos o no, y nos sigue dando cualidades que cada cual utiliza según sus deseos. Te cuento todo esto porque cuando el alma de ese animal es fuerte puede incluso hacernos tener características físicas semejantes a él. ¿Te has preguntado porqué siempre llevas una caperuza?”

“Mamá me dijo que para ser más bella” respondió Caperucita.

“No cielo, es para ocultar el rasgo que te dio tu lado salvaje. ¿Quieres verlo?”

Caperucita no sabía qué hacer pero asintió. Suavemente la abuelita le desabrochó la caperuza y se la retiró mientras le decía “son preciosas”. Caperucita se acercó a un espejo y se miró. ¿cómo era posible? Sus orejas eran largas y peludas , idénticas a las del lobo con el que había jugado estos días. Las tocó, eran suaves y cálidas. Y un sinfín de preguntas brotaron de sus labios mientras su abuela le respondía con emoción.

“Ahora sólo te queda una cosa por descubrir” le dijo la abuelita.

“¿El qué?, abuela”

”Tu nombre. Al igual que tus orejas se ocultaron a todos, incluso a ti misma, debes descubrir cual es tu verdadero nombre, el que te hará sentir plena” le respondió la abuela.

“¿Y cómo lo voy a saber?”

“Deberás ir una vez más al bosque y encontrar al lobo. Él te lo dirá”

Caperucita asintió, se puso su caperuza y se despidió con una mirada de agradecimiento mientras decía “te quiero abuela”.

Siempre volvía por el camino porque era ya tarde pero esta vez se internó de nuevo en el bosque. Llevaba un rato caminando cuando escuchó el sonido de un arma y los gritos de muchas personas. Se extrañó. Lo que vio en ese momento no lo olvidaría jamás, estaban apaleando al lobo malherido, a su amigo, a una parte de sí misma.

Corrió cuanto pudo mientras gritaba que lo dejasen en paz. La gente se volvió y al ver que seguía con vida se retiraron. Ella consiguió llegar al lado del lobo y lo envolvió entre sus brazos. Nadie entendía nada, trataban de alejarla pero su voluntad era más firme. Finalmente todos se separaron mientras veían como caperucita lloraba y acariciaba al lobo. El lobo emitió su último gruñido y caperucita por primera vez aulló de dolor.

Una vez en casa Caperucita se encerró más y más en sí misma, no quería hablar, no quería comer, no quería vivir y así pasaron varias semanas. Un día, cuando la desesperación dio paso a la pena, cogió unas tijeras y rompió el nudo de su caperuza. Tras el nudo, la caperuza entera acabó hecha trizas. Acarició sus orejas y las lágrimas brotaron de nuevo mientras un recuerdo volvía a su mente, el último gruñido de su amigo y fue cuando entendió.

A partir de ese momento comenzó a comer, a salir, a vivir, todo se fue normalizando. ¿Cómo explicar lo de sus orejas?, simplemente no dio explicaciones, ¿y sus salidas al bosque? A nadie le interesaban. La gente se acostumbró a verla y descubrieron su verdadera belleza, pero sin su caperuza nadie sabía cómo llamarla así que les dijo que a partir de ese momento la llamaran Alma. Y todavía hoy, las noches de luna llena, se escucha en el bosque un aullido que te penetra hasta el alma.


“Mami, ¿y qué pasó con su mamá?”

“Su mamá, como la quería tanto, aprendió a aceptarla y quererla sin su caperuza, En ocasiones trató de regalarle algún sombrero pero se dio cuenta de lo inútil de su regalo. Descubrió que el miedo que tenía era que su hija la abandonara algún día y se perdiera en el bosque pero aceptó que es ley de vida que cada cual trace su camino”.

“Y colorín colorado este cuento se ha acabado”.

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